Read in English.

Algunas empresas me rechazaban apenas oían mi acento, ni se molestaban en mirar el permiso temporal que me permite trabajar legalmente en Colombia: “Perdón, pero no estamos contratando extranjeros”, decían.

M i nombre es Candy Farías Olivero. En realidad, yo nunca consideré irme de Caracas hasta el momento en que mi pareja me dijo que estaba decidida a emprender el viaje hacia Colombia. Allá, en mi casa, yo vivía con mi mamá y tenía un trabajo estable, pero varios amigos cercanos habían emigrado a otros países, y ellos también me animaron a dejar de lado el miedo, empacar una maleta, e irme.

 

Empezamos en Cúcuta, la ciudad más grande a lo largo de esa larga frontera que divide a Colombia de Venezuela. Cúcuta es un micro-universo de migración, comercio y todo tipo de trafico -legal e ilegal- de bienes y servicios. Durante varias semanas me buqué la vida reciclando materiales o cargando mercancía en la zona del Puente Internacional Simón Bolivar, el cruce principal entre los dos países. Pero no conseguí suficiente trabajo, y me cansé de las personas que buscan explotar al migrante, así que, junto con mi novia, decidimos continuar nuestro viaje hacia el oeste, y salimos hacia Bogotá, la capital de Colombia —una travesía de unas 500 millas desde Cúcuta.

 

Sabíamos que no sería una travesía fácil, y por eso no le conté mis planes a mi mamá, ni la llamé durante el recorrido; ella se hubiera preocupado mucho y yo no la quería asustar. Efectivamente, tuvimos que caminar por días enteros, pasamos las noches en estaciones de gasolina a un lado de la carretera, y finalmente, en el último tramo del camino, encontramos un camionero amable que nos llevó hasta Bogotá, e incluso nos dio algo de dinero para pagar un hotel la primera noche en la ciudad.

 

Candy Farías Olivero. Crédito: Ramón Campos Iriarte
Candy Farías Olivero. Crédito: Ramón Campos Iriarte

 

A ellos no les importó mi nacionalidad, y el permiso de trabajó que me dio el gobierno en Cúcuta fue suficiente para contratarme sin más reparos.

Bogotá es una metropolis fría e inmensa. Al principio, yo caminaba todos los días desde el amanecer hasta la noche buscando trabajo, y luego me iba a dormir donde un amigo, o simplemente me quedaba sentada en un andén y descansaba los ojos un rato —en realidad, no estaba cómoda durmiendo donde mi amigo sin poder contribuir a la renta o el mercado. Pasaron dos meses y aún no conseguía empleo. Algunas empresas me rechazaban apenas oían mi acento, ni se molestaban en mirar el permiso temporal que me permite trabajar legalmente en Colombia: “Perdón, pero no estamos contratando extranjeros”, decían. Pienso que la mayoría de colombianos son muy amables con nosotros los venezolanos, mas sin embargo sí hay algo de xenofobia en la opinión pública.

 

Me sentía estancada en una situación difícil, hasta que por fin encontré una empresa de comidas rápidas que tiene una política muy abierta frente a los inmigrantes, ‘Sierra Nevada Hamburguesas y Malteadas’. A ellos no les importó mi nacionalidad, y el permiso de trabajó que me dio el gobierno en Cúcuta fue suficiente para contratarme sin más reparos. Ha pasado un poco más de un año y ya estoy en proceso para ascender a una posición administrativa: si la consigo, tendría que manejar una de las tiendas más complicadas, ¡y sería la primera administradora Venezolana en la compañía!

 

Candy en el trabajo en una tienda de Sierra Nevada en Bogotá, Colombia. Crédito: Ramón Campos Iriarte
Candy en el trabajo en una tienda de Sierra Nevada en Bogotá, Colombia. Crédito: Ramón Campos Iriarte

 

No nos sentimos 100% seguras en ese barrio, pero es lo mejor que podemos conseguir por ahora, dadas las circunstancias.

Usé my pasaporte y mi contrato con Sierra Nevada para abrir una cuenta de pagos básica en un banco colombiano, pero mi compañera no ha podido hacer lo mismo, ya que ella no tiene pasaporte ni un trabajo estable. Por el momento, yo guardo sus ahorros en mi cuenta, lo cual es bastante inconveniente. Tampoco nos es posible acceder a un préstamo o a una linea de crédito con un banco aquí en Colombia.

 

A pesar de tener una entrada fija de dinero, fue muy complicado encontrar un propietario dispuesto a rentarnos un piso. Hay muchas historias de arrendatarios que meten 20 o 30 migrantes en un apartamento de una habitación, por lo cual algunos propietarios piensan que todos los venezolanos vamos a hacer lo mismo. A través de un amigo, encontramos una señora que confió en nosotras y nos rentó una habitación en su apartamento, al sur de la ciudad. No nos sentimos 100% seguras en ese barrio, pero es lo mejor que podemos conseguir por ahora, dadas las circunstancias.

 

Yo me considero afortunada porque me ha ido relativamente bien en este proceso, pero pienso que la gran mayoría de migrantes venezolanos todavía tienen que navegar por terrenos muy complicados en un país distinto que muchas veces no nos da la bienvenida, y deben enfrentarse a una grave falta de acceso a información. Por ejemplo, yo procuro enviar unos $30.000 pesos a casa cada semana, y sé que la compañía de remesas se queda con un porcentaje hasta del 20%, pero no es del todo claro cuánto me cuesta usar el servicio cada vez.

 

Candy en su lugar de trabajo en Bogotá, Colombia. Crédito: Ramón Campos Iriarte
Candy en su lugar de trabajo en Bogotá, Colombia. Crédito: Ramón Campos Iriarte

 

Pese a que aún vivimos con lo mínimo, y algunas barreras siguen dificultando nuestra integración social y económica en este país, yo confío en que la situación mejorará en el futuro próximo.

 

Ramón Campos Iriarte es periodista, productor y cineasta con experiencia en fotografía y periodismo, y una amplia experiencia trabajando en el campo.

Fotografía de Ramón Campos Iriarte.

 

Identidades del mundo

Caridad destacada

Ayudan a prestar la mejor asistencia médica posible al pueblo de Venezuela de una forma imparcial, neutral y compasiva.

Identidades del mundo

Artículos destacados